10 de marzo de 2011

Política y cultura.

Una respuesta a los que incursionan en política sin un mínimo de formación personal o interés intelectual
Generalmente se piensa y ésta es una creencia bien arraigada, que la suerte y el progreso de los países depende de su régimen gubernativo y que la cuestión de la felicidad o infelicidad de las masas es un problema político. Este es un error fundamental: la política no es causa del progreso, sino efecto. 

El gobierno de los pueblos es una síntesis de la potencialidad popular transformada en acto y la buena, regular o mala política de las naciones, se asientan indefectiblemente, -esto es constante- sobre la cultura que ella ha alcanzado. Tomamos el término cultura en su acepción menos inequívoca, es decir, en la que nos parece más exacta, que sería la dada por Ostwal. Para éste “habrá más cultura en un pueblo cuanto menos fuerzas espirituales y materiales queden desaprovechadas”.
Es así que, cuanto más rudimentaria y defectuosa es la cultura de un pueblo, tanta más deficiente y desorientada es su administración. Esta parece una verdad perogrullesca. Sin embargo, es necesario repetirla, para destruir el equívoco, tan frecuente en los pueblos, de atribuir las faltas que son de todos, sólo a la entidad administrativa que constituye lo que vulgarmente se llama “el Gobierno”.
Con lo anterior no intentamos defender éste o el otro régimen; hablamos en sentido general. Las ideas severas deben emplearse en nobles fines.
Si nuestra política casera ha revestido entre nosotros tal cariz de intransigencia, dogmática pasionalidad y ferocidad sectarista, no se puede reconocer por causa de ello otro factor que la deficiente cultura moral de las personas que en ella intervienen. Es claro. De manera que no tenemos por qué quejarnos de un mal causado por nosotros mismos: si queremos que nuestra política sea mejor de lo que es, tenemos que mejorarnos primero nosotros, individualmente. Y ello no siquiera por patriotismo, ya que este sentimiento social no tiene fuerza coercitiva para impulsarnos a obrar, sino por simple y humano interés de superación personal, por vivir mejor de lo que se vive y habitar un país cuyas condiciones nos satisfacen más que las de otros.
La felicidad de los pueblos no depende, pues, de sus gobiernos ni de sus regímenes políticos, que son lo exterior de los pueblos, sino del grado cultural a que han arribado. El problema fundamental que debemos plantearnos es el del aprovechamiento de nuestras fuerzas materiales y espirituales. Resuelto éste, se resuelven los políticos, que se asientan sobre aquél.
 Carlos Medinaceli

1 comentario:

  1. Una verdad de Medinaceli que en el transcurso del tiempo sigue siendo evidente en nuestros tiempos. Mucha verguenza da al saber que un pueblo confirma con el 64% a un presidente que poco o nada comprende sobre cultura y mucho más verguenza da sobre aquellas personas que tratan de justificar su mandato. Sólo queda que nuestra juventud pueda salir ante tanta adversidad y pueda, como bien menciona Medinaceli, aprovechar las fuerzas espirituales y materiales!

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